10 mayo 2013

La bandera de Etiopía

Caímos en Trafalgar Square por casualidad ese día. Es sábado por la tarde. La estatua viviente no se movió ni un milímetro al vernos pasar. Los turistas la veían divertidos con su atuendo de antaño y su digna postura similar a las tantas estatuas que adornan la ciudad de Londres. El cielo plomizo, la risa en el ambiente, la brisa despeinando a los paseantes mientras miran a lo lejos el Big Ben y se toman fotos al lado de los leones. Pero en medio de aquel paisaje citadino, debajo del Almirante Nelson y a un lado de la fachada de la Galería Nacional, un grupo de personas manifiesta silenciosamente por los desaparecidos en algún país. Una lista de retratos cubre el piso delante de ellos. Veo algunos rostros, me imagino sus posibles paraderos, Veo a los manifestantes. Callados, impotentes con la bandera de su país en sus manos. Pienso en Venezuela. Llevo mi cámara en la mano pero no les tomo fotos.

Sigo caminando y del lado izquierdo del gran edificio del museo, una alfombra de banderas cubre el piso. El público mira y busca su bandera. Una chica agachada se afana en pintar las banderas con tizas de colores. Me gusta ver cómo pinta y me acerco para tomarle fotos a ella pintando y a las banderas. A algunas ya les han puesto monedas. Por costumbre y respeto a los artistas de la calle me acerco a poner una moneda si quiero tomarle fotos. Veo las banderas, algunas con sus escudos, ramitas, lunas, estrellas, unas con colores similares, otras muy distintas entre sí, colores pasteles, colores fuertes. Pongo una moneda sobre la bandera de Etiopía, que es la que me queda más cerca y porque la pobre no tiene monedas, además, pienso, debe ser difícil que un turista de Etiopía pase hoy por aquí. Me viene a la mente la imagen de un niño etíope en el desierto, como nos los han mostrado una y otra vez. De inmediato la chica se voltea, me da las gracias y me sonríe con una mirada pícara. La miro y veo que está llena de alegría y inocencia. Y como sucede fácilmente en Londres, comienza una conversación:

- ¿Cómo es Etiopía? – me pregunta.
- ¡No! Yo no soy de Etiopía, soy de Venezuela.
 - ¡Ah! Venezuela! ¡Olvidé pintarla!

Y en el mismo momento voltea a ver una hoja en el piso y busca la de Venezuela. Me viene a la memoria las innumerables veces que yo de niña abría el gran diccionario Larousse rojo y veía todas las banderas que forraban la contraportada. Me imaginaba el mundo uniforme y amigable. Y creía que todo el saber se encontraba en ese diccionario. La chica se concentra en pintar la bandera. Yo le tomo fotos mientras la pinta, sus manos llenas de tiza, moviéndose para difuminar los colores. Me pregunto cuántas estrellas le pondrá. - ¿Quedó bien? - ¡Perfecta! – le digo sin contar las estrellas. Y le doy las gracias. Ella está feliz. Y bueno, una moneda para la bandera de Venezuela. Y una más para la de Etiopía, como si las monedas fueran a llegar a los niños que siempre tienen hambre y sed en las fotos que vemos de ellos. Del otro lado de la alfombra de banderas pintadas, un señor que acompaña la chica me pregunta si me gustan y me dice que le tome una foto a él. Posa, hago click, nos reímos por un instante y sigo mi camino por Londres. A lo lejos el Big Ben da varias campanadas. Hace frío pero nos disponemos a bajar al Támesis que siempre luce como un inmenso mar.













P.D. Esta es la capital de Etiopía, la ciudad Adís Abeba, con 3.384.569 habitantes.
Abisinia era el antiguo nombre de este país. Me queda la duda sobre cómo será su bandera.

 
Fuente: Wikipedia.